
Hemos de Soñar
Editorial Tembetá
Pensar en un escenario distinto posible, nos traslada a los inicios de las primeras agrupaciones humanas, algunas culminaron en grandes civilizaciones y otros perecieron o fueron doblegados bajo la ley del más fuerte. Los cierto es que el instinto de sobrevivencia generó estrategias para convivir los unos con los otros, aprovechar y administrar los recursos. Sin embargo las características humanas no permitieron un desarrollo equitativo en el continente, ya sea por la intromisión de los conquistadores o las ansias de poder y necesaria subordinación para ordenar, distribuir y categorizar, ya sea en razón de políticas socio-económicas o de carácter religioso.
¿En qué fallamos? Podríamos suponer que el paso del nomadismo al sedentarismo, nos obligó a salvaguardar y dividir nuestro sustento. Pero ¿si al continente no hubiese llegado el extranjero de manera violenta y destructora, tendríamos un presente más amable? ¿Hubiésemos respetado las enseñanzas de nuestros antepasados, manteniendo una armonía con el entorno? Difícil es creer que aquello no hubiese ocurrido sin atrocidades ni guerras de por medio, pues entonces es una problemática que atañe a los seres humanos desde su esencia.
A veces la mente no logra siquiera bordear las infinitas posibilidades que el universo nos ofrece. Lejos estamos de percibir realidades e imaginarios que nos posicionen en un escenario cariñoso, los humanos somos incompletos, imperfectos; aunque aquello sea una virtud sostenida para sopesar nuestras carencias, nos posiciona en el camino del largo viaje de la sabiduría y crecimiento espiritual para alcanzar un anhelado estado armonioso con los otros y con el todo. Erramos el camino desde que nos concebimos como tales, pues no somos más que bestias que aprendieron andar en dos patas, a vestir y usar cubiertos en la mesa.
Es de vital importancia imaginarnos en otro estado para sobrellevar la vida para creer en un futuro más fructífero, amable, ya no sólo para nosotros, sino por aquellas víctimas de nuestra evolución y progreso. La naturaleza clama por su dominio, por su territorio inconquistable y soberano. Es por ello que debemos recurrir a herramientas que permitan una convivencia a través de una resignificación del continente, siendo necesario un replanteamiento a partir del propio territorio, para reforzar o sostener procesos históricos y sociales.
El colonialismo arrasó con los conocimientos que manifestaron una forma distinta de percibir el mundo, que en su ideal más elevado consideraban la comunión con el Cosmos como fundamental para la experiencia de vida. El trascurso natural se modificó víctima de esta nueva presencia del hombre colonizador, por irrumpir en el medio con los nuevos tratamientos hacia las materialidades propias del hombre europeo, quién estuvo acostumbrado a organizar su vida en función de las construcciones creadas por sus capacidades intelectuales.
Para vislumbrar un camino posible, las estéticas decoloniales surgen como procesos de desenganche, desprendimiento, y desgarramiento tanto de los sistemas de la estética, y sus variaciones modernas, pos y transmodernas, como de los regímenes culturales, exotizantes y folclorizantes de las ciencias humanas y sociales. Sólo después de realizar una analítica de la modernidad y su tratamiento a la imagen indígena, de conocer su lógica misma como colonialidad, y teniendo suficientes razones históricas y existenciales para cuestionar su retórica, se hace posible pensar en la necesidad de elaboración de una perspectiva decolonial de la estética.
Es por esta razón que las prácticas estéticas decoloniales no se realizan en una exterioridad absoluta al sistema-mundo moderno colonial, sino en su interior mismo, en sus márgenes e intersticios, en las marcas no cicatrizadas de la herida causada por la acción colonial, tanto en los mapas del mundo como en los cuerpos de las personas, y las formas de vida en las que esos mapas y marcas, fueron y siguen siendo inscritos.
La reestructuración del territorio atañe desde lo más profundo de nuestros sentidos, haciendo mella en nuestras acciones y estilos de vida. La posibilidad de generar cambios profundos parte desde el conocimiento del lugar que habitamos, reconociendo su memoria y sus legados culturales que persisten en ritos y ceremonias, e incluso en el cotidiano de la vida en Latinoamérica que caracteriza y da valor a toda su historia.
