
Nuestra idea de Nación: Estallidos Sociales e Identidades
Contacto
Gery Struck (Valparaíso)
geraldine.schiattino@gmail.com
https://www.instagram.com/geraldine.schiattino/
Felipe Arriagada (Valparaíso)
Chile 2020
Por Gery Struk.
Chile, un país sin tanta trayectoria de vida, pero asombroso. Hoy se cumplen 40 días despiertos, 40 días sin paz, días de rabia y tantos otros sentimientos producto del despertar de la conciencia; después de tantos años el pueblo es capaz de despertar de este nefasto sueño donde la rueda de la desigualdad e inequidad no cesaba de girar.
Soy una mujer a la que nunca le faltó el pan, ni el amor, pero sí oportunidades para desarrollar un tremendo potencial con orientación al logro. Tantas habilidades, capacidades y virtudes que el sistema desperdicia… talentos que mueren, víctimas de un sistema mal constituido y con una estructura dispareja, sin embargo, somos el soporte que mantiene su funcionamiento segregador y que sólo favorece a unos pocos.
Hoy a portas de cumplir 30 años y a un mes de parir a mi primer hijo, me veo en la necesidad de escribir mis pensamientos y escupir mis emociones de manera textual para que un día, cuando mi cachorro sea capaz de cuestionar el pedazo de tierra en que le tocó vivir, pueda comparar y si la fortuna lo acompaña espero que la realidad de Chile sea más justa para todas y todos.
Soy tan buena para soñar que en ocasiones suelo perderme en mi mundo personal donde mis anhelos se van desarrollando y no sólo los míos también los ajenos. Me sumerjo bien hondo y visualizo que todo es parejo y mejor, que el miedo por la falta de dinero y oportunidades desaparecen y que la plenitud embarga nuestras vidas, que existe un espacio destinado para cada uno de nosotros donde nadie queda fuera, producto de esa satisfacción nacen un millón de cosas buenas (como dice la canción) y nuestro espíritu se alinea con nuestro cuerpo y nada puede salir mal. Pero vuelvo a lo real y me doy cuenta que debo trabajar, que es bueno soñar, pero hay que ejecutar acciones para que esos sueños se puedan concretar, no es fácil vivir en Chile con ésta balanza tan desigual, sin embargo, unidos y empoderados podemos avanzar y perpetuar una patria en la que podamos calzar, donde de gusto ir a trabajar, y hacer vida social. Vivan los que nunca dejan de luchar y bienvenidos al despertar… NO HAY MARCHA ATRÁS.
Historia del aire que no me atraviesa
Por Felipe Arriagada.
Apenas había nacido y estaba a punto de morir. Una neumonía mal llevada. Durante tres días debatiéndome entre la vida y la muerte. Una mascarilla rígida magullando mi pequeña cara. Salud pública. Hermoso y terrible Chile de los noventa.
La primera constancia de mis pulmones es esa. La primera constancia de mi ahogo con aire, como si no perteneciera acá, como si en vez de un sistema para absorber aire, debería llevar agallas pulsantes abiertas en mi garganta Porque la imagen de mi pecho inflándose apenas, de mi madre cargando sus dieciocho años, velando mi sueño entre paredes amarillas, no es mía sino algo que se graba desde fuera de tanto repetirse. Como si ya muerto mirara mi propio cuerpo, me apoyara en el hombro de mi madre, la consolara y le dijera que no llore, que ese bulto inerte no lo vale.
Debería haber nacido con agallas. O sino no se explica que mi primer recuerdo, propiamente, doblemente, mío, es una lancha surcando el mar. Debería haber nacido con agallas, pero no fue así. Vivo en esa falta. No soporto el mar como un adorno del paisaje, inasible, apenas un borde. No sé nadar, apenas flotar. Si me hundiera en el mar moriría. Pero si no cargara salbutamol conmigo, también.
Pasé una parte importante de mi infancia conectado a nebulizadores para estabilizar mi respiración. Al principio en el Van Buren, en el centro de Valparaíso, pero con la democracia, Alwyn inauguró un consultorio en mi cerro. Desde ese momento, al menos ya no fue necesario mediar un taxi. Cuando me volvía azul mi abuela me podía cargar a pie las cuadras que la separaban del consultorio.
Pero luego mi abuela jugó sus cartas, me saturó de infusión de Tusílago, una planta cordillerana. Un alga de alta montaña. Y mejoré, mis bronquios se limpiaron, tornaron un bosque hermoso. Hasta que me volví a destruir con los cigarros de mi adolescencia, el delirio del prensado oscuro y viscoso. Pero incluso así la recuperación del tusílago no fue derrotada.
Cuando llegaron las protestas acostumbré a ser aquel que apagaba el humo espeso, fosforescente de la lacrimógena. A dejar que la columna tóxica me envolviera y meter la bombas en agua. El asma no volvió, pero sentí algo en mí que comenzaba a fallar. Pero entonces lo sobrellevé como ciclista. Subiendo cerros, forzando a mis pulmones a crecer, a alcanzar su potencia de máquina. Si todo me está negado al menos podría ser un anfibio, un híbrido optimizado.
Pero un día los frenos fallaron. Caí tres metros hacia un coma del que desperté con una costilla hundida y un tubo saliendo de mi garganta. Cuando abrí los ojos lo único que distinguí -fuera del blanco manicomio de las paredes de la UCI- fue un trozo brillante de mar recortado por la ventana. Desde entonces ya no soy el mismo, o sí lo soy. Tal vez nunca lo fui. Fofeo salbutamol varias veces al día. Pedaleo de igual manera, pero ya hay una potencia irrecuperable. Cuando cuento los inhaladores que están tirados por mi pieza, sin distinguir los vacíos y de aquellos que no, me pregunto si no haría mejor en volver a mi origen y colapsar de una vez mis alvéolos de líquido salado.
