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Tristán (Valparaíso, Chile)

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Ser de Alas

 

Porque nunca seré

totalmente mujer

totalmente hombre

totalmente humano.

          

                Por Tristán

El Circo tiene la culpa
por Rayüni

El sol pegaba fuerte pero era época de abundancia. La cosecha había llegado con el verano y con ella más trabajo para la gente. Las tardes eran eternas y los niños jugábamos con bombitas de agua y comíamos los postres de barros que preparaban nuestras primas. Las mamás hacían las labores de la casa, vigilando los niños y esperando que el papá llegase del trabajo.

“Gran Circo Gran. Gran Circo Gran” una camioneta pasaba por las calles de tierra con un alto parlante que nos atraía como un imán y corríamos tras de ella, ciegos de tanto polvo que levantaba la camioneta por esas calles solteras de ruedas de vehículos,  acostumbrada sólo al caminar suave de sus habitantes y a las bicicletas de los trabajadores del campo.

La verdad es que la llegada del Circo al campo era un gran paréntesis de magia. Al fin podríamos ver los leones, y esos animales que sólo se  veían en la selva o en la tele, que desnutridos y todo en el circo nos gustaba igual. Recuerdo esa vez que un circo traía monos, dos tigres y un elefante. Puede ser que sea la misma sensación de miedo y curiosidad  que sentían nuestros familiares que vivían en la ciudad y cuando venían al campo al ver una vaca o un toro, era como si miraran ovnis. Es que allá la vida era muy tranquila y austera sin mucha entretención como en la ciudad. No todos tenían televisión y la radio era la única amiga intangible que daba música para bailar y noticias al mediodía que hablaba de lo bien que le estaba haciendo el país la Junta Militar y el General. Era la única radio señal AM que llegaba por esos lados,  pero en la radio no hablaban de la desaparición de los hijos de Don Fernández, mi papá decía que era mejor no hablar de esas cosas.

 Y ahí estábamos nosotros ingenuos e insistiendo que nos dieran plata para entrar al circo cuando era “difícil llegar a fin de mes" como decían los adultos . La carpa del circo la armaban el mismo día que llegaban con sus camiones y casas rodantes, se instalaba justo al frente del terreno donde vivía mi abuela, ya acostumbrada a que cada temporada los circenses le pidieran permiso para colgarse de la luz y el agua. “Parece que no se duchan todos los días, pero se ven bien contentos” decía mi abuela. Mi primo Víctor sugería pasarse debajo de un lado de la carpa y así no pagáramos la entrada. Una vez lo hicimos, pero nos salió correteando una señora con una escoba y no lo volvimos a intentar nunca más. Mi abuela y algunos tíos generaron una especie de amistad con los del circo, mis familiares les regalaban pan, verduras y postres a cambio de escuchar sus historias de aventuras  recorriendo pueblito por pueblito todo Chile.

¡Gran circo gran, hoy noche de estreno a las 22 horas! La euforia se apoderaba de grandes y chicos. Todo el pueblo asistió esa noche, estábamos todos tan contentos. Eran graderías de madera, y cerca del escenario había unas sillas de plástico que cumplían la función de palco VIP. De repente se apagaban las luces, sonaban como unos tambores y se escuchaba una imponente voz dando las buenas noches y la bienvenida al show; era el dueño del circo que luego era enfocado con una luz azul para sumarle majestuosidad a su gordura y traje negro. Entraron los payasos con sus ropas anchas y coloridas, los trapecistas con sus mallas ajustadas, los animales desnudos, y unas mujeres grandes y anchas con mucha lentejuela y cabellos exóticos. Entre los malabaristas siempre recordamos con cariño a Sandokan que escupía fuego por su boca como un dragón impactante dentro de esa carpa. 

Como en esa época no se veían mucho los prevencionistas de riesgo, nadie hacía presagiar que durante el espectáculo de las chicas del ula ula, una de las graderías de madera se vino abajo, con la gente y todo. Menos mal yo me había sentado con mis primos en otra gradería, no sabíamos qué hacer si reír o sentirnos mal por que se habían caído feo. Al parecer se había excedido la capacidad de público, pero era el estreno y después del accidente la mayoría se quedó dentro del circo menos los que se cayeron que se fueron echando chuchadas.

Después del receso volvió a continuar el show, como decía el dueño, ésta vez él anunció  que lo que continuaba era recomendado para adultos, pero que los niños igual se podían quedar. Ahí entraron esas  mujeres grandes de lentejuelas, Cristina La Pantera, Yesica Manjatan y Amaya Jhonson, cantaban y  meneaban sus cuerpos al ritmo de las músicas de Pimpinela, Selena y Gilda. Con mis primos pensábamos que ellas cantaban de verdad pero después nos dijeron que era de mentira y que sólo meneaban la boca con el micrófono apagado. No sólo eso nos dijeron que era de mentira, decían que Cristina La Pantera y sus amigas eran “caballos”, que se les daba guelta el paragua, que eran maricones: que habían nacido hombres  pero les gustaba vestirse de mujer.

Cuando el verano acababa y el regreso a la escuela se aproximaba, los Circos emigraban al siguiente pueblo al norte, para no toparse con lluvias ni tormentas. “Mamá algún día a mí también me gustaría vivir en un circo”, le dije. “Estai loco,  cabro leso” me respondió mi vieja que nunca se hizo muy amiga de los circenses que digamos. Se iba el circo y lentamente el ritmo del campo volvía a la normalidad. Nadie quería volver a la escuela, todos queríamos seguir jugando y levantándonos tarde, pero las vacaciones habían terminado. El primer día de vuelta a la escuela era muy extraño. Todo seguía igual que siempre, sólo habían pintado unas paredes y los profesores daban los mismos discursos que nadie entendía. Pero en la sala de clases de mi curso habían compañeros nuevos; eran “repitentes” porque habían reprobado el año anterior. Eran alrededor de cuatro, todos famosos por su supuesta mala conducta. Eran el Felipe, la Evelyn, La Clara y El Cacharro, compañeros que llegaron a desordenar y hacer más divertido el año escolar. Pues gracias al General, o sea, el presidente de la república, ése año comenzaba  a implementarse  otra reforma a la ya malgastada educación pública. Pasaríamos de estar desde las 8 de la mañana hasta las 5 de la tarde, encerrados en la escuela, con más horas de matemáticas, literatura, ciencias y más estrés que a los 11 años ningún niño desea. Las escuelas públicas pasarían a ser cárceles del “conocimiento” sólo quedan exceptuadas de la medida de la “Ley de Jornada Escolar Completa", las escuelas subvencionadas y particulares.  Los recreos en mi escuelita eran cada vez más largos. Se tuvo que improvisar  el recreo de una hora,  espacio dedicado para el almuerzo,  diversión y aburrimiento que generó ideas muy creativas y un episodio que nuestra generación nunca olvidó.

 

 “Usted, se sentará con la Clara, para que le ayude en las materias, y no repruebe de nuevo”, así me dijo la profe Chinchina cuando estaba asignando asientos a los nuevos compañeros “repitentes” .

 

 Sí,  a mí la Clara me caía bien pero era controversial, y como hace años venía repitiendo era mayor en edad que nosotros. La tenía re clara o facilidad en conquistar hombres.  En la escuela decían que se había comido a varios y en nuestro curso le gustaba mostrar el colales (la tanga) jugaba a despertarnos la libido en esos niños que éramos en la transición a la pubertad. Todos recordamos ese colales que a principio de año era blanco pero que se  fue transformando en un café chocolate en diciembre. Y cómo no, a la Clara también le gustaba las peleas, tenía sus enemigos y aliados muy definidos. Pero ocurría una relación de amor y odio con “El Cacharro", otro compañero que había caído en mi curso por reprobar. Al Cacharro se lo vio muy cariñoso con La Clara, decían que eran novios pero luego peleaban y se insultaban, hasta una vez se lanzaron escupos, y después se amigaban de nuevo. El Cacharro a diferencia de Clara era impopular, o sea, era conocido pero no muy querido. Decían que era ‘raro’ y  ‘malo’. Mis compañeros lo molestaban mucho y a veces se les pasaba la mano. Pero él a pesar de que no sabía pelear a combos sabía defenderse, y si ya había escupido a la Clara, con mis compañeros se defendía con piedras o lo que tuviera a mano.

 Un día durante el recreo que duraba una hora, con mis amigos ya cansados de jugar siempre lo mismo decidimos entrar a la sala e improvisar un show. Entre nuestros amigos y amigas había quienes cantaban canciones cursis para el día de la madre o quienes bailaban para las fiestas patrias, o actos así. Y así empezamos, cantando y jugando a que éramos artistas. Ocupábamos una radio que habíamos pedido prestada a un profesor, y poníamos música para inspirar a quienes se animaban a presentar algo. Clara, bailó ya la clásica canción donde mostraba su colales, otras compañeras más tímidas  cantaron y bailaron una cancion que estaba de moda. Un amigo se ponía a dominar el balón de fútbol. La rutina iba tomando fuerza y día tras día se corría el rumor de que en el aula de la esquina hacían cosas chistosas durante el recreo largo.

 

Poco nos importaba que nuestra profesora Chinchina nos retara porque los demás profes hablaran de la poca concentración y desordenes que se generaba en algunas materias importantes como en matemáticas. Pero el show que nosotros organizábamos se hacía durante el recreo largo, era en tiempo libre. El Cacharro también se presentó y sus intervenciones eran una de las más osadas. Bailaba, incluso mejor que la Clara, pero cantaba como los perros. Antes de comenzar su show iba al patio de la escuela donde había un sauce, sacaba algunas ramas y se las ponía en la parte del poto del pantalón gris del colegio, como si fuesen plumas simulando a las vedettes femeninas. Cuando la Clara y el Cacharro hacían del dúo Pimpinela era un ataque de risa que hacían doler la guata. A veces al Cacharro le pintaba agarrar a besos a las compañeras que salían arrancando de la sala. Qué manera de reír.

 

Hasta que un día, no sé cómo, toda la Escuela se enteró de lo que pasaba en nuestra sala, querían entrar pero no se podía porque era solo para nuestros compañeros de curso. También se enteraron los profesores que ya nos tenían con fama de ovejas negras. “Por qué me hacen esto a mí, ya suficiente tengo con marido, y ahora otro reclamo de ustedes, cabros de mierda” la profe Chinchina estaba furiosa, no volaba ni una mosca y su mirada se puso roja como ese pañuelo grande que la cubría casi entera, que usaba creyendo que le iba a dar un aire más de comunista burgués en esas tierras donde tenía que educar a los hijos del proletariado campesino. La profesora Chinchina viajaba todos los días desde la ciudad al campo, media hora arriba de una micro, era profesora muy estricta y de prestigio, segun ella habia estudiado en la gran universidad catolica del país, sus clases eran nutritivas hasta que se cansaba y empezaba a contar su vida íntima familiar, incluso una vez se desmayó después de contarnos una crisis que tuvo con su esposo. “Quiero que hablen ahora, o me veré en la obligación de suspenderlos y llamar a sus apoderados”, sentenció. Yo estaba cagado de miedo. Si mi mamá se enteraba que yo era uno de los organizadores de la movida me iba a castigar severamente.  Así fue como planeamos mentir y hacernos los hueones. Hablamos todos los involucrados ahí en el aula, sentados, mirándola a  la profe Chinchina al frente como una gran jueza. No sabíamos cuánta información tenía esa vieja chica, pero al parecer sospechaba sólo de una persona.

La campana de las 5 de la tarde suena para regresar a casa, pero la profe Chinchina no dejará salir a nadie a menos de que hablemos de las personas responsables de los escándalos del recreo largo.

 En un momento de ese juicio final, la profe manda a buscar un libro a la biblioteca, y a la persona que manda es al Cacharro. Él sale de la sala y ella se arregla el pañuelo rojo que ya la tiene casi asfixiada. Nos pregunta nuevamente de quién fue la idea de hacer esas cosas durante el recreo largo. Un compañero dice que fue el Cacharro,  que él es el conflictivo que le gusta escupir y tirar piedras, Otra amiga lo apoya y dice que le gusta colocarse hueás en el poto para que parezcan plumas y verse como travesti. La profesora Chinchina mueve la cabeza asintiendo, ella lo sabía el Cacharro es el responsable de los desórdenes y reclamos generales contra el curso. Yo no sé qué decir y sólo miro el pizarrón negro, la bandera de la patria a un costado y  el crucifico al medio, Jesucristo colgado en esa cruz de madera. Ahora pienso que lo sucedido fue el propio vía crucis de nuestro amigo el Cacharro, lo estábamos dejando solo, traicionándolo…

 

 Pero la Clara es la única que hace leve un mea culpa, dice haber participado un poco pero como ya varias veces la han suspendido y teme volver a reprobar otro año también responsabiliza al Cacharro como el creador y autor de los espectáculos que han causado la furia del director y los profesores de la Escuela. “Yo ya lo sabía, siempre lo supe, los circos son un mal ejemplo para los niños -decía la profesora Chinchina-  Mírenlo a Cacharro, todos los problemas que trae. O acaso ustedes creen que alguien siendo hombre y vistiéndose de mujer va a ser feliz.” Nosotros no sabíamos que responderle. No entendíamos. “El circo tiene la culpa” sentenció seca.


 

Los años pasaron, ‘mucha agua pasó bajo el río’ como él dice dicho popular porque muchas cosas sucedieron. Mudanzas, adultez, trabajo, universidad, ciudades nuevas en mi caso. Después de mucho tiempo volví al pueblo donde me crié y estudié en aquella escuelita. Ahora las calles eran de asfalto y mucha gente tenía motos y autos. La escuela aunque ocupaba el mismo terreno de antes, ahora era más grande e impartía carreras técnicas relacionadas con la agricultura. La gente del pueblo todavía recordaba a los profesores más emblemáticos que trabajaron por muchos años en esa escuela, educando a generaciones de abuelos, papás e hijos.

 La profesora Chinchina, al año siguiente de recibir su jubilación y dejar de trabajar como maestra fue junto a otras profesoras amigas a la capital de Santiago a ver la función de un famoso circo francés que por primera vez pisaba suelo chileno. El Cirque du Soleil, anunció por mucho tiempo su publicidad en televisión el arribo del espectáculo internacional “Alegría”. Por la misma televisión en las noticias nos enteramos que dos personas fallecieron a causa de un paro cardíaco, debido tal vez a la impresión de ver semejante espectáculo. Una de las personas que falleció fue nuestra ex maestra Chinchina.


 

Después lo único que supe de El Cacharro fueron rumores, eso no había cambiado en el campo: la gente siempre hablaba más de lo que realmente sabía. Me dijeron que el Cacharro  se había ido a vivir al sur a trabajar de temporero en las frutillas y tuvo buena suerte y se quedó por allá. Otros que estaba enfermo de un virus complejo y que lo cuidaba su madrina que vivía en un pueblo cercano y tenía fama de loca. Pero una vez me topé a la Clara en un bar de la ciudad estaba borracha, hablamos y reímos sobre nuestras vidas y recuerdos. Ella ya había sido madre de cuatro niños, todos de distinto papá. Cuando le pregunté si sabía algo de El Cacharro se puso a llorar… Ella me comento que nunca pudo saber con certeza qué sucedió cuando Cacharro se fue del pueblito, pero dijo que una vez se encontró con su madrina la loca, y le comentó que el Cacharro ya no se llamaba más así, que ahora tenía tetas y culo de silicona, y que se convirtió en dueña de un famoso circo de travestís en Ecuador.

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